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lunes, 21 de diciembre de 2009

Reporte de resultados obtenidos por el programa: “Sacando el ejercito a las calles”

Señor Funes.

Presente. (O presidente, que nunca supe de redactar documentos legales)

Hasta el día de hoy he sido requisado cuatro veces; en las tantas, no me han encontrado las armas de destrucción masiva que tanto buscaban en mi ropa, que ajustada como suelo llevarla, no entiendo como habrían de guardar peligro alguno para la sociedad salvadoreña.

Conmigo, tus soldados aumentaron las cifras de personas requisadas: yo me uno a los Rasta de San Martín, Metaleros de Ilopango y los Otaku de Ciudad Delgado, en la gran lista de los requisados que no causamos ningún peligro, sobre todos para ellos; y que por ello, podemos ser requisados sin temor a represalias.

Y lo peor es que las cifras de homicidios siguen en aumento, y cuando los soldados se hayan ido (¿O acaso te sobra presupuesto?) los delincuentes vendrán con más furia sobre nosotros, los pobres ciudadanos salvadoreños.
Pero déjalos que terminen; que el soldado de la esquina de mi casa ya ha hecho grandes adelantos con mi vecina menor de edad, y sería una pena separar a tan bonita pareja…

Al principio no condene tu idea; deje que la probaras pero ahora es tiempo de sacar los trapitos al sol, ¿O acaso no te invade el espíritu de la navidad, con los consecuentes estados de cuenta que le hacemos a la conciencia una vez al año?

jueves, 26 de noviembre de 2009

Un poco de realismo real

Algunos hablan de que la medida gubernamental de sacar el ejército a las calles, ha tenido el sarcástico efecto de aumentar la ola de homicidios en la que mi país se halla envuelto. Se estima un repunte de la criminalidad en general, y creo que algunos de los productores de esta puesta en escena se están echando para atrás, o insinuando oposición a lo que tanto pregonaban, tal como José María Tojeira,, rector de la UCA, cuyos comentarios pueden buscar aquí.

Hice una pequeña crónica al respecto, sólo porque tenía un rato libre y porque me ha parecido que incluso la experiencia no fue del todo mala
El soldado me vio con cara de pocos amigos: no hallé diferencia entre su amenazador gesto y el de el ratero que, a punto de corvo, me robó el año pasado.

Parecía querer aniquilarme con sus ojos y encerraba en ellos un odio que no merecía: yo que vago solo por la vida (Ni siquiera consuetudinariamente), sin amenazar la integridad de nadie, sin atentar contra el Estado de derecho ni cosa parecida; yo, que lo único peligroso que tengo son mis descabelladas ideas.
Me llamó como quien llama a un perro. Ordenó que alzara mis manos a la cabeza y que entrelazara mis dedos, que en mi vida he usado para otra cosa que para escribir (Y trabajar de vez en cuando). Empezó a tocarme afanosamente, como si olvidara a ratos que ya había revisado tal parte de mi cuerpo; como si pretendiera que en alguna de las siete veces que me tocó fuera a aparecer un arma o algo así.
Violentando mi privacidad, me levanto la camisa, como si desnudarme a media calle en busca de tatuajes fuera a erradicar mi supuesto crimen de raíz. Me reviso la gorra, no se si para comprobar si era de una marca reconocida, o, tal como después confirmó, la había comprado en las aceras capitalinas. Vio mi morral, en el que solo llevaba la libreta donde anoto mis ideas, una boleta de notas (cuyo único delito es que fueran tan malas), y esculcó entre unas cuantas monedas, para comprobar si provenía de dinero lavado del narcotráfico o algo así.

Llegó su amigo, otro uniformado a felicitarle por su trabajo, que ya era hora, que tenía que aprender a hacerlo, que era bueno que se le quitara el miedo… Mi oído fue tan agudo para oír eso y otras burlas que le hacían a mi cateador.
Le dijeron que abriera más mis piernas, para poder derribarme en caso de resistencia; cosa que sería bastante útil tomando en cuenta que era menor que yo, y el ejercicio del cuartel parecía no haberle fortalecido mucho. Volvió su compañero, porque a todo esto no me había pedido los documentos de rigor: era el más experto, talvez un perito en interrogatorios, ya que práctico todas las técnicas de intimidación que, cosa rara, he visto tantas veces en las películas.
DUI en mano, empezó a interrogarme sobre donde vivo, cuánto años tenía y preguntas tan trascendentales como cual era mi propósito en la vida… me pregunto porque guardo dos pañuelos en lugar de uno; a lo que respondí que eran resquicios de alguna manía de mi pasado (Que no es necesario contar ahora).

El quiso jugar con mi mente preguntándome que era una manía, con un gesto que delataba cierta recelo a mis palabras, y es que claro, después de genocidio, andar más de un pañuelo en delito grave en las republicas occidentales, sobre todo si ese pañuelo es de un estilo tan refinado para un muchacho como yo, ya que es blanco y pequeño; no de esas pañoletas que parecen sacadas de películas de piratas y que bien podrían servir para ocultar el rostro y robar un banco.
Lo mío le parecía más sospechoso; talvez por eso no dudo en registrarme debajo de mi lengua, ya que como es sabido, los más sucios criminales -en un país tan pobre como el mío- guarda su mejor arsenal debajo de la lengua, y conmigo era necesario salir de la duda.
Al fin pude verlo bien. Como un niño que esta aprendiendo algo nuevo; así se expresaba sus mirada tras el su largo ejercicio: me recordaba la inseguridad de quién, en un laboratorio de ciencias, observa una sustancia que puede explotar.

Los veinte minutos más insalobres de mi vida habían llegado a su final. En ningún momento temí que me hicieran desaparecer, ni siquiera que me golpearan; y creo que mi grave estoicismo le asustaba bastante al pequeño y humilde guardia, que después de todo, solo estaba protegiendo a los honrados ciudadanos de… mí.
No dije nada al irme: sus amigos le recriminaban que yo pareciere enojado, que porque tardo tanto, y aquel que secundara sus trabajo le estaba dando consejos útiles para la próxima vez.
Solo espero que cuando vea a un pandillero con tatuajes en la cara, dos nueve milímetros y veinte compañeros más, se muestre más seguro que conmigo.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pintando escenas pintorescas

Si son de El Salvador, seguramente ustedes habrán visto la noticia en televisión o en los periódicos; si no, talvez en tu país hayan hecho una reseña cuya postura –de la cual solo pueden haber habido dos: en contra o en neutro- depende del tipo de democracia en que vives, o más aún, de lo amarillista que puedan ser los periodistas en tu país.

Sacar el ejército a las calles, en El Salvador, esta revestido de singular significado dadas las particularidades históricas a las que nos hemos visto sometidos; particularidades que dan tonos de realismo mágico al asunto.
Hace menos de 17 años que firmamos la paz (Acuerdo de Chapultepec, enero de 1992) después de una cruenta guerra enmarcada en los últimos sinsabores de la guerra fría, y, al igual que muchas otras, esta tenía un componente ideológico que separó bastante a nuestra población como en muchos otros países del mundo. Hoy en día nos hemos sobrepuesto al fraccionamiento ideológico: los partidos políticos son como los de todo el mundo, personas que buscan fama o fortuna en la administración pública, que hace cosas buenas si estas pueden darle ventaja electoral y cosas por el estilo. Aún falta la mejor parte.

En toda la historia salvadoreña el ejército ha sido considerado, me atrevo a decir, la fuerza más visible de poder en el país, hallando en Maximiliano Hernández Martínez (1882-1966) un personalidad que, pese a no haber tenido sus peligros ideológicos- rememora a los gobiernos fascistas de Europa de aquella época. El ejército depuso y puso a nuestros gobernantes, y a veces gobernaron ellos. Creo que esta es la historia de muchos pueblos latinoamericanos, y da como resultado la instauración de la imagen de nuestras armadas en nuestra propia indiosincracia.

Pero la historia sigue su curso: con la firma de los acuerdo de Paz, aunque la todavía recelosa guerrilla pidiera lo contrario- las fuerzas armadas no fueron disueltas aunque su papel y atribuciones se vieron claramente reducidas al nivel de las mejores democracias: Son comandadas en jefe por el Presidente de la República y prácticamente solo pueden actuar en defensa de la soberanía nacional, en caos de ataque externo. A nivel ciudadano, participan en estados de calamidad pública y pueden ser excepcionalmente usados en seguridad ciudadana, atribución de la que se ha echado mano.

Debido al extraño clima de paz que se vivió durante muchos años en El Salvador (Extraño es lo que mejor lo describe) la presencia de la fuerza armada fue haciéndose cada vez menos visible en la realidad cotidiana, la nueva Policía Nacional Civil, que aunque con un uniforme que reseña un poco el militar, da la imagen que ahora vivimos en un país del primer mundo: pareciera que la guerra ocurrió hace mucho más tiempo, sobre todo y desagraciadamente, para muchos jóvenes.

En un clima así la imagen de la fuerza armada -que nunca fue mala, izquierdistas radicales aparte-, se ha venido a solidificar con sus acciones, y pese a su poco protagonismo, es la institución el país que goza de mejor imagen según encuestas, incluso sobre la policía (No menciono políticos porque eso es bastante fácil)

En la psique salvadoreña, la armada es una especie de salvaguarda, tal como lo dijo Martínez, de la dignidad nacional (…contra el comunismo, pero eso es otro asunto) y el mismo se encargo de darle a la institución un carácter paternalista y bastante iluminado:
Basta con ver sus palabras al finalizar su dictadura:

Para la población salvadoreña, fue el mejor presidente que el país ha tenido porque en su mandato la delincuencia fue “reprimida” en lugar de combatirla, al mejo estilo de Vlad el Empalador: Matanzas, duros castigo ejemplarizantes, etc. Sin embargo muchos opinan que la seguridad en esos días era envidiable y por eso, la respuesta de la población ha sido benevolente, pues ven el verde de sus uniformes la clave de todo: no es difícil oír a alguien hablando tranquilamente con los soldados, regalándoles talvez un litro de soda a la cuadrilla o halagando su labor. Contrario a lo que podría pensarse, puedo caminar tranquilo por las calles y su presencia no me molesta en lo más mínimo.

martes, 3 de noviembre de 2009

Proyectos de nación e ideas gratis

No tengo palabras para describir tal suceso, porque es más complicado que el típico proyecto demagogo para atraer simpatías, y hay otras fuentes que se han extendido ya lo suficiente como La Prensa Gráfica y esta otra

A cualquiera se le ocurre que regalar cosas es bueno, sin embargo no basta con que algo sea gratis si no es parte de un plan más grande (Leáse GNU) para que tenga un gran impacto.
Entiendo que invertir en educación y salud es precisamente eso: inversión y no gasto. Eso da la idea que, hasta ahora, esto parece un cuento de hadas, o una de esas películas donde un candidato desconocido cambia el destino de un país.

Un sastre que solo cuenta con lo más básicos en maquinaria, que trabaja sólo (Una empresa de un empleado), a veces acompañado de no menos de 2 empleados, no va a ver en esto una inyección de capital por parte del gobierno. Esto sólo es una entrada extra que estoy seguro que se la ha de gastar en consumo.
La excepción serán aquellos emprendedores que usen ese dinero para inversión.

En mi opinión, creo que esta hubiera sido una gran oportunidad para atraer inversión extranjera… Si, creo que con contratos adecuados puede haber grandes beneficios al país: puede decirse que parte de las ganancias deben usarse para expandir la empresa; invertirla en programas de interés social, mejorar el sueldo a los empleados, etc. Dirán que el trabajo es enorme; diré que todo el dinero que se va a invertir no crece en los árboles y que tal cantidad merecía un trato especial.

O podía haberse unido con capital salvadoreño, para crear nuevas empresas a partir de este proyecto, a la larga iba a ser más productivo a más personas. En realidad es solo una opinión que no creo que hará eco en casa presidencial.