miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pintando escenas pintorescas

Si son de El Salvador, seguramente ustedes habrán visto la noticia en televisión o en los periódicos; si no, talvez en tu país hayan hecho una reseña cuya postura –de la cual solo pueden haber habido dos: en contra o en neutro- depende del tipo de democracia en que vives, o más aún, de lo amarillista que puedan ser los periodistas en tu país.

Sacar el ejército a las calles, en El Salvador, esta revestido de singular significado dadas las particularidades históricas a las que nos hemos visto sometidos; particularidades que dan tonos de realismo mágico al asunto.
Hace menos de 17 años que firmamos la paz (Acuerdo de Chapultepec, enero de 1992) después de una cruenta guerra enmarcada en los últimos sinsabores de la guerra fría, y, al igual que muchas otras, esta tenía un componente ideológico que separó bastante a nuestra población como en muchos otros países del mundo. Hoy en día nos hemos sobrepuesto al fraccionamiento ideológico: los partidos políticos son como los de todo el mundo, personas que buscan fama o fortuna en la administración pública, que hace cosas buenas si estas pueden darle ventaja electoral y cosas por el estilo. Aún falta la mejor parte.

En toda la historia salvadoreña el ejército ha sido considerado, me atrevo a decir, la fuerza más visible de poder en el país, hallando en Maximiliano Hernández Martínez (1882-1966) un personalidad que, pese a no haber tenido sus peligros ideológicos- rememora a los gobiernos fascistas de Europa de aquella época. El ejército depuso y puso a nuestros gobernantes, y a veces gobernaron ellos. Creo que esta es la historia de muchos pueblos latinoamericanos, y da como resultado la instauración de la imagen de nuestras armadas en nuestra propia indiosincracia.

Pero la historia sigue su curso: con la firma de los acuerdo de Paz, aunque la todavía recelosa guerrilla pidiera lo contrario- las fuerzas armadas no fueron disueltas aunque su papel y atribuciones se vieron claramente reducidas al nivel de las mejores democracias: Son comandadas en jefe por el Presidente de la República y prácticamente solo pueden actuar en defensa de la soberanía nacional, en caos de ataque externo. A nivel ciudadano, participan en estados de calamidad pública y pueden ser excepcionalmente usados en seguridad ciudadana, atribución de la que se ha echado mano.

Debido al extraño clima de paz que se vivió durante muchos años en El Salvador (Extraño es lo que mejor lo describe) la presencia de la fuerza armada fue haciéndose cada vez menos visible en la realidad cotidiana, la nueva Policía Nacional Civil, que aunque con un uniforme que reseña un poco el militar, da la imagen que ahora vivimos en un país del primer mundo: pareciera que la guerra ocurrió hace mucho más tiempo, sobre todo y desagraciadamente, para muchos jóvenes.

En un clima así la imagen de la fuerza armada -que nunca fue mala, izquierdistas radicales aparte-, se ha venido a solidificar con sus acciones, y pese a su poco protagonismo, es la institución el país que goza de mejor imagen según encuestas, incluso sobre la policía (No menciono políticos porque eso es bastante fácil)

En la psique salvadoreña, la armada es una especie de salvaguarda, tal como lo dijo Martínez, de la dignidad nacional (…contra el comunismo, pero eso es otro asunto) y el mismo se encargo de darle a la institución un carácter paternalista y bastante iluminado:
Basta con ver sus palabras al finalizar su dictadura:

Para la población salvadoreña, fue el mejor presidente que el país ha tenido porque en su mandato la delincuencia fue “reprimida” en lugar de combatirla, al mejo estilo de Vlad el Empalador: Matanzas, duros castigo ejemplarizantes, etc. Sin embargo muchos opinan que la seguridad en esos días era envidiable y por eso, la respuesta de la población ha sido benevolente, pues ven el verde de sus uniformes la clave de todo: no es difícil oír a alguien hablando tranquilamente con los soldados, regalándoles talvez un litro de soda a la cuadrilla o halagando su labor. Contrario a lo que podría pensarse, puedo caminar tranquilo por las calles y su presencia no me molesta en lo más mínimo.

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