martes, 10 de noviembre de 2009

Haciendo memorias

Ironía máxima. Ni siquiera la caída del Imperio romano –la mítica babilonia del pecado y corrupción- es motivo de celebración entre el mundo occidental. Son pocas las caídas que puedan considerarse, desafiando la lógica, motivo de triunfo o victoria.

El 9 de noviembre es histórico. La caída del muro significa por un lado la caída del poder tiránico que ejerce todo gobierno totalitario contra sus ciudadanos; representa la victoria occidental de la democracia (Voluntad soberana del pueblo) sobre el Estado opresor (Concepto Fascista) Porque el pueblo es el verdadero soberano, por más iluminado que un mandatario se sienta, el Estado carece de voluntad propia.

Por otro lado, muchos concuerdan en que significa la caída de los límites que los señores de la guerra impusieron al mundo durante varios años: la caída del muro significa la reunificación de las potencias mundiales, o al menos su coexistencia pacifica.
También no hay que sobredimensionar su importancia; es como decir que el comienzo de un partido es importante, cuando en realidad lo más importante es al final cuando el resultado da a un ganador. O un empate.

La caída es el comienzo de una nueva era. Eso nadie lo niega, pero no representa la redención del género humano; ese es un proceso muy largo para el que hacen falta aún acontecimientos que, aunque no estén revestidos de tal significado, son de igual importancia para el desarrollo de años venideros.

Falta humanizar el capitalismo, por ejemplo. Aceptémoslo: la caída del muro también viene a representar la caída del socialismo. ¿Quién puede venirme a decir que es posible un Estado Socialista puro? Y vienen con la blasfemia del “Socialismo del Siglo XXI”. Otros más grandes que ellos lo intentaron, pero en mi opinión falta mucho para entender lo que un día Marx nos dijo.
Y no vengan inventando nuevas teorías sociales; hay que recordar que esta ciencia no hace sus prácticas sobre sujetos de laboratorio: El socialismo falló sobre muchas naciones, trayendo dolor y miseria a los pueblos sobre los que fueron mal aplicadas las enseñanzas de Marx.

La caída del muro esta llena de un profundo simbolismo. El pueblo mismo se volcó contra el tirano… Me viene a la mente las imágenes de los iraquíes echando abajo las estatuas de Hussein… El pueblo mismo hace manifiesta su voluntad echando abajo los muros que cercan sus libertades.

Y en medio de esa imagen tan poética, también debo señalar otro quimérico sueño: el de echar abajo nuestro propios muros; esos que creamos para alienar nuestra propia naturaleza ante miedos y prejuicios. Los muros de la violencia, pobreza, ignorancia, que alimentamos día a día con nuestras acciones o con nuestra indeferencia.

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