martes, 10 de noviembre de 2009

Despejando mitos sobre la algo trágico

Basta ver los titulares sobre la tragedia que una onda tropical dejo en suelo salvadoreño para darse caer en cuenta de que tan necesario es desarrollar un plan estratégico para hacerle frente, de manera coherente, a los problemas más apremiantes de un país.
Se que es sumamente macabro venir a echar en cara los errores cometidos sobre un tema tan trágico: no hablo de haber perdido la sede del mundial, hablo de vidas humanas que pudieron salvarse de haberse planeado.
No lo hago por atraer lectores; como siempre, mi papel es dar a conocer mis ideas, que aunque sumamente imperfectas, dan señales de crítica constructiva en el mejor de los casos.

Para empezar, habrán oído de nosotros: Un pueblo guerrero de estirpe maya, acostumbrados a sobreponernos incluso a cosas peores. Nuestra verdadera bendición. Pero es una lata tener que usarla; porque somos un país al que los fenómenos de la naturaleza nos lastiman continuamente, y no hemos sido capaces de desarrollar una verdadera política de estado que nos haga menos vulnerable frente a las crisis.

Estoy hablando de un plan perenne. No de comisiones ridículas que de vez en cuando dicen cosas estúpidas, sobre que “debería” o no hacerse. No se que es peor: si los terremotos o las tormentas tropicales, o talvez la ineficiencia (A veces creo que es mas bien estupidez de sus parte) de las instituciones que deberían velar por nosotros.

Para empezar hay que dejar en claro una posición que, respecto al tema, es la más elaborada. No hablemos de desastres naturales; pues se encierra cierta paradoja al analizar que, como tal, la naturaleza funciona como tal bajo sus propios paradigmas (Teoría del Caos) así que es inútil calificar de bueno o malo lo que de ella nos sucede.
Somos nosotros, la especie consiente –aunque en repetidas ocasiones esto se ponga en duda- la que debe tomar las acciones pertinentes para no salir lastimado.

Hablo de que el hombre no es el centro del universo: una dura realidad a la que aún no nos acostumbramos. La naturaleza no nos daña en ningún momento: somos nosotros los temerarios que buscamos el peligro en ella.

Para que tomes una idea, baste mencionar que mi país adolece del un profundo desorden, no solo urbano, sino también en toda la extensión de territorio nacional en cuanto a tierras habitables se refiere. Hay zonas residenciales construidas en zonas de alto riesgo; no hablo de marginales solamente: Hay al menos dos casos bien conocidos (Las Colinas, 2001) donde no hubo un estudio de habitabilidad por parte de las constructoras y todo terminó mal.
No hay una cultura de ingeniería antisísmica, no hay programas de prevención contra desastres, no hay planes de evacuación en ningún lado y en el colmo de los colmos el gobierno nunca designa alguna parte del presupuesto para las necesidades que ocasiona las emergencias, que por si no lo han notado, ocurren cada año.

También me parece la más cruel de las ironías que en un país que continuamente es azotado por tormentas tropicales y terremotos, no haya en su Universidad Nacional al menos carreras técnicas afines, si no que deben especializarse en el extranjero. Si bien es cierto que existe un Instituto especializado para estudiar estos caso, este no es claramente competente en cuanto todo esfuerzo que realice no forma parte de algo más grande.

He allí el gran problema. Un país golpeado por la naturaleza que no ha aprendido a ponerse protectores. Así de fácil. Acostumbrados a sufrir, cual si no estuviera en nuestras manos. Pero el tema medioambiental –que va más allá de sembrar arbolitos- no forma parte de un enfoque país verdadero.

Mi es un lugar peligroso para vivir, porque se piensa que pensar las cosas un rato es pérdida de tiempo. Aquí hablar de planeación y prevención es hablar de esfuerzos innecesarios.

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