miércoles, 23 de diciembre de 2009

La injuria suprema a mi sistema nervioso.

De seguir la digitación a este ritmo, peligran mis dedos de lastimarse: la alteración de mis nervios es tal, que casi brotan mis lágrimas ante una cólera de dimensiones épicas.
La razón, aparte de mi sensibilidad superlativa, es el ambiente al que cualquiera que ande por las calles capitalinas de San Salvador podrá constatar; y no es posible al menos insinuar una descripción de la caótica barahúnda que imperan en estos días.

¿Y siguen sin entender? Es que este comentario no lo podrán comprender a menos que hayan tenido la desdicha de pasear por las calles de San Salvador alguna vez. En plena época salvadoreña, esto es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo extranjero.
Y entonces, empezarán a tomarme por un estúpido que fue a meterse a la boca del lobo y salió mordido… Les informo que un trágico inconveniente me obligo a salir a estas estúpidas calles que ahora representan un peligro para los nervios de cualquier persona.

En esta época, los conductores del transporte público conducen a una forma aún más estrepitosa que de costumbre, y aún a mí me parece inconcebible que sean capaces de hacerlo, ya que diariamente lo hace mal pero ahora cada conductos parece una homicida en potencia: y todo aquel que quiera hacer el papel de machito, se encuentra con otro que le hace la segunda voz en esta canción de idiotas: mientras tanto, los pobres pasajeros bajan todos los santos del cielos en busca de protección.


Si hablo de los vendedores… pocos creerán mis palabras, a menos que sean salvadoreños, pobres nosotros… Sus estentóreos gritos, los manoseos gratuitos, su pésima educación en la forma de tratarte, hablándote como si fueran reguetoneros estúpidos (valga la redundancia cíclica) y todo el comportamiento que demuestra una gran ánimo en su trabajo, pero un desconocimiento total de las técnicas de mercadotecnia adecuadas: y no desconozco lo importante que son por ahora para la economía familiar salvadoreña, pero no por ser útil debemos resignarnos a que los negocios informales sigan de esta manera.

¿Qué? ¿Acaso por ser tercermundista debo aguantarme una época navideña de magnitudes plebéyicas? ¡Ah!... ¿Qué me vaya a centros comerciales caros, que aumente mis estatus?

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